TODOS MIENTEN…, INCLUSO EN LAS ENCUESTAS

 Publicado en Los Tiempos el 12/09/2019

¡¡¡Todo el mundo miente!!!, sentenciaba con acierto el Dr. House. Lo cierto es que por diferentes razones y con mayor o menor frecuencia, los humanos tendemos a mentir.  Pero… ¿Por qué lo hacemos? ¿Qué nos impulsa a no decir la verdad, a decirla a medias o simplemente callar? La mayor parte de las veces el miedo, sea a enfrentar las consecuencias de una verdad que involucraría potenciales pérdidas o, simplemente, para amplificar el placer y reducir el dolor, en el marco del utilitarismo más básico.

Se trata, ciertamente, de un acto egoísta, una medida de autoprotección que, ligada al instinto de sobrevivencia, nos impulsa, en unas circunstancias más que en otras, al embuste, a ocultar, maquillar o recortar la verdad cuando lo juzguemos conveniente. Más allá de todo intento por racionalizar nuestras falsedades o justificarlas creando eficaces dispositivos que las santifiquen, el hecho es que todos (o casi todos) mentimos y resulta que lo hacemos más cuanto más tememos, haciendo que nuestra natural inclinación hacia la patraña tienda a intensificarse.

¿Y en qué momentos el pánico se agudiza hasta arrastrarnos a ello? En muchos, sin duda, pero ninguno tan interesante como el de los procesos eleccionarios, y más si estos se alejan de un estado de ‘normalidad electoral’, en los que se involucran, con frecuencia, algunos de los siguientes factores: a) La participación de un candidato Presidente (en aquellos arreglos constitucionales que así lo permiten), más si sobre él recae el desgaste de una larga gestión, con fuertes dudas de legalidad, aunque, es sí, con una exagerada convicción de poder; b) La intensificación de los cuestionamientos a las reglas de juego, incluso con aquiescencia de los propios órganos de control de la legalidad; c) Una estructura de gestión electoral débil y siempre bajo asedio; y d) Una sociedad altamente estatizada, en la que la pugna electoral por el control del aparato estatal se torna enfermiza, invadida por esa insana sensación de que en ella se juega casi todo; es decir, aquello que en situaciones de inversión de valórica se suele considerar importante.

En este contexto de miedos, odios, dudas, rabia, tragedias y mal humor, toda encuesta o sondeo de opinión adolecerá de un elevado margen de error, pues sin negar el carácter científico de la estadística, disciplina que le sirve de soporte, es imprescindible entender que:


i)  En toda acción investigativa cimentada en datos empíricos y más en aquellas que se sustentan en percepciones antes que en hechos y comportamientos concretos, el valor de los resultados e inferencias dependerá de la veracidad de la información primaria obtenida en campo, esto es, de la sinceridad de las respuestas obtenidas, algo de lo que nunca estaremos seguros, pues  todos mienten y más los llamados ‘indecisos’, quienes de un tiempo a esta parte parecen definir cuanto plebiscito ocurra y en los que el miedo se hace más evidente, pues concentran a una nada despreciable de funcionarios públicos descontentos más su parentela, militantes desencantados, millenials y otros adscritos a causas de amplio espectro, todos por distintas razones alejados de la política tradicional; 

ii) Los intereses de la industria de las encuestas, centradas en proclamar la ‘cientificidad’ de sus resultados y responder, a la par, a los intereses de sus contratantes, salvo loables excepciones como los sondeos de opinión realizados por organismos oficiales de sobrada reputación o por entidades medianamente imparciales, como las universidades; y,

 

iii) La presencia del poderoso en la competencia electoral (candidato Presidente) que directa o indirectamente, intimida y condiciona la externalización de las percepciones.

En conclusión, las encuestas en las circunstancias anotadas operan, en unos casos, como una interesante pero inexacta aproximación a la realidad electoral y, en otros, como un vano intento de "hundir la moral de adversario" y direccionar las preferencias de los interesados, construyendo imaginarios aparentes, sin contar con que el ciudadano, ahora enfermo de desconfianza, se definirá al filo y en secreto, producto del temor natural en unas elecciones de alta toxicidad.

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