PERO EL AMOR ES MAS FUERTE...
Iván Arandia |
Año 2050. Alguna
ciudad del llamado primer mundo. Estación espacial interplanetaria central.
Ella 24, el 30. Cruzan miradas, se acercan más allá de lo permitido, hasta que
el chip implantado en sus cerebros les lanza la señal de advertencia: “Riesgo
de proximidad excesiva”. Se detienen, pero la atracción es particularmente
intensa, una clara prueba de que las políticas oficiales de control
bio-hormonal no pudieron con el ancestral grito de la selva, el que no dejaba
de hacer mella en hombres y mujeres, sobre todo jóvenes.
Pero se erigió una gran barrera entre ellos,
invisible y en apariencia infranqueable… sí, en algún momento la proximidad
física se fue haciendo cada vez menos frecuente, luego socialmente reprochable
y, después, incluso jurídicamente sancionable, levantándose así ese muro,
producto final de un lento proceso de acumulación de miedos, atávicos y
recientes, una suerte de psicosis colectiva de alcance planetario. Ciertamente, en
algún punto del siglo XXI las relaciones humanas mutaron disruptivamente,
afectando todos los ámbitos de la vida, con especial intensidad en el campo de
las relaciones afectivas más íntimas, las de pareja, hipersensibilizandolas
ante cualquier forma de violencia –objetivamente aprehensible o
artificiosamente creada–, enrareciendo aún más un ambiente general marcado por
la inseguridad, una sensación omnipresente de riesgo permanente.
Así, ellas, aterradas por la posibilidad de
sufrirla, y ellos, por la posibilidad de la denuncia y el procesamiento
–justificado o no–, fueron reconstituyendo paulatinamente múltiples formas de
apartheid, dividiendo el espacio físico bajo la doctrina de lo que en ese
entonces se conoció como “seguridad de género”. Se comenzó por identificar
vagones de metro solo para mujeres (a fin de salvaguardarlas), para luego
retomar la perspectiva de una educación asexuada, bajo la peregrina idea de que
los espacios de interacción formativa representaban un riesgo real para sus
hijas e hijos, estableciendo bajo tal criterio unidades educativas mono-género,
llegando a afectar incluso el espacio laboral, reservando, bajo la misma
lógica, áreas en oficinas y fábricas restringidas por razones de género. Y así
sucesivamente…
De esta forma, las corrientes ideológicas predominantes
hicieron que los nexos que primitivamente se establecían entre parejas con la
finalidad de reproducción y apoyo mutuo, fueran adquiriendo un matiz cada vez
más obscuro, de intrínseca violencia. Inicialmente se fueron contractualizando
hasta llevar a niveles impensables de saturación a los tribunales y cárceles.
Luego se optó por virtualizarlas, haciéndolas cada vez más holográficas, menos
carnales, para después perfeccionarlas mediante complejos dispositivos de
inteligencia artificial. Sí, la tecnología que por lo general provoca los más
grandes problemas, también provee de las más ingeniosas soluciones, para
llenar, en este caso, las tres grandes necesidades que como vestigio humano
residual se resistían a ser adormecidas por la automatización: el afecto, el
placer y la reproducción.
Las dos primeras no representaron mayor problema,
fueron llenadas por sofisticados ciborgs, eficientes sustitutos humanos hechos
a medida, máquinas orgánicas sin derechos, destinadas a satisfacer las
necesidades de sus propietarios sin mayores límites que el riesgo económico
inherente, esto es, la inversión efectuada en su adquisición. Así, las
restricciones morales cedieron ante un ensimismamiento hedonista inusitado, el
microcosmos del “yo” y mis máquinas, donde todo es posible, sin restricciones
de ningún tipo. Las regulaciones sociales, morales y legales no tardaron en
seguir la senda, normalizando un status cultural de proscripción al contacto
físico, sancionando con crueldad cualquier forma de intercambio de fluidos biológicos que no estuviera oficialmente
autorizada y controlada.
La solución a la tercera necesidad, la de
reproducción de la especie, estrechamente vinculada al instinto de sobrevivencia, de
aparente mayor complejidad, llegó de la mano de la ingeniería genética,
habiéndose instalado verdaderas fábricas estatales de bebés, cada vez más perfectos,
sin defectos, a la medida ya no de los deseos de unos progenitores, cuya
existencia dejo de tener sentido, sino de las necesidades socioeconómicas y militares de la
colectividad, administradas por la élite estatal, con lo que el concepto de
familia que por tanto tiempo fue la base biológica y cultural de la humanidad,
cayó pronto en la obsolescencia.
Se dieron así las condiciones para el cisma final,
además acelerado por la decadencia ambiental de nuestro planeta. La mayor parte
de la gente optó por dejar el yermo vientre de nuestra vieja y agotada madre
tierra, estableciéndose las dos primeras colonias humanas interestelares, la
femenina en Venus y la masculina en Marte. Largas filas de viajantes
espaciales asexuados flanqueaban los transbordadores de la estación espacial
interplanetaria central. Ella 24, el 30, no pueden dejar de mirarse, ignorando
peligrosamente la segunda alerta de cercanía extrema emitida por el chip de
control incrustado en su córtex cerebral, dejándose llevar por ese extraño
hálito de antigua humanidad, quizás el último. Sin hablar se dijeron todo, se
tomaron de la mano y se alejaron en silencio. Decidieron quedarse. Si, pese a todo
y todos, al final el amor de sangre y piel resultó ser más fuerte, aún con sus
imperfecciones. La historia comienza de nuevo.
Iván Arandia es Doctor
en Gobierno y Administración Pública
Publicado en Los
Tiempos el 31/01/2019:
El virus pude acelerar a ese futuro, pero esperemos que lo que vivimos solo sea un mal sueño y pronto podamos despertar.
ResponderEliminarEsperemos que si...
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