EL 'BUEN MALO'
Al momento
de la publicación de la columna original, no había visto aún
Joker, el filme magistralmente protagonizado por Joaquin Phoenix en 2019, quien
finalmente se hizo merecedor de un Oscar. Dejo así en claro que, lo que en su
momento se intentó, distaba mucho de ser una crítica cinematográfica,
limitándome a enunciar las expectativas e hipótesis que se generaron a priori
en mí sobre la obra a partir de los nada inocentes comentarios del afamado
documentalista estadounidense, Michael Moore –acólito de Noam Chomsky y
seguidor de Bernie Sanders– sugiriendo, entre líneas, que el fondo de la trama
en cuestión giraba alrededor de un tópico que no es nada nuevo para la
filosofía política y que en su momento fue identificado por Hannah Arendt bajo
la expresión de ‘La banalidad del mal’.
Con ella se hace alusión a situaciones en las que la mala fe de los autores de las más grandes atrocidades de la historia suele ser puesta en duda, alegando unas veces el deber de obediencia a las reglas y sus superiores y otras, inadaptación o victimismo. Esto genera espacios de indefinición que insinúan que los llamados malos podrían resultar ser, paradójicamente, los verdaderos buenos, en unos casos incomprendidos y marginados –como el Joker– y, en otros, cooptados y absorbidos por el sistema –como el funcionario nazi Eichmann, cuyo caso fue estudiado por Arendt–, a quienes una indolente y cruel sociedad supuestamente despreció, maltrató, mal utilizó y absorbió al extremo de sumirlos en la más profunda de las locuras, haciéndolos así irresponsables de sus actos.
En tales contextos todo dependerá de los parámetros que se utilicen para distinguir lo bueno de lo malo, una decisión que en la mayor parte de los casos involucrará fuertes dosis de arbitrariedad; considerando, además, que quien gana la batalla es quien suele escribir la historia bajo su propio entendimiento de la realidad.
Esto podría operar como un mecanismo discursivo eficiente para convertir, sin pudor alguno, a los más crueles villanos en románticos revolucionarios, exhibiéndolos como unos incomprendidos paladines de la paz y el amor quienes, aún a riesgo de su propia vida y apartándose de las reglas impuestas por el nefasto opresor, buscan moldear el mundo de acuerdo a sus propios parámetros morales, pregonándolos hasta el hartazgo como los únicos y verdaderos, y por ello superiores, predestinados a imponerse inevitablemente a todo y todos, por la razón o la fuerza. No olvidemos que Arendt vivió en carne propia la consolidación del nazismo en su natal Alemania.
Por otra parte, esta forma de pensar puede también llevar a la instrumentalización del victimismo como un recurso estratégico para lograr posiciones de ventaja, un trato ‘especial’ frente a los circunstanciales rivales, quienes, en tales condiciones, deberán competir arrastrando el pesado lastre de la culpa, etiquetados como funestos miembros del equipo de ‘los malos’.
Cabe
admitir, no obstante, que, en el marco de las relaciones de poder imperantes en
un determinado momento histórico, una noción al menos básica de lo que son y
significan la ‘legítima defensa’, la ‘resistencia civil’ y el ‘derecho a la
protesta’ es sin duda necesaria, pero entendamos también que estas son figuras
que deben operar siempre como excepción y regla, pues de no ser así se correría
el riesgo de normalizar un marco de ideas que justifique la violencia legítima,
el daño necesario y la destrucción creativa, alegando un bien mayor que
legitime un conjunto de medidas a veces crueles.
De ser esto así, se nos incitaría, como sugiere Moore, a constituirnos todos en los Jokers de la contemporaneidad, en paladines de ‘lo justo’, aunque apenas se nos permita cuestionar lo que aquello es y significa, puesto que las consignas operan como dogmas de fe impuestos desde arriba sin mucho espacio para el análisis crítico.
Lo descrito no se limita a simples y coyunturales posicionamientos ideológicos y políticos, sino a posturas generales de orden más bien filosófico. Formas de ver y entender el ser y el contenido del sistema mundo, para determinar luego el mejor modo de habitarlo, desde lo individual y lo comunal, cuyo carácter abarcador del más amplio espectro, afectará a todos más allá de sus particularidades, haciendo de esta una reflexión válida tanto para juzgar a un Stalin como a un Hitler, ambos con líneas ideológicas distintas pero bajo una misma tendencia básica, la de sentirse iluminados, con la plena e indiscutible convicción de que lo que hacían y pensaban era, en su momento, lo correcto y justo, sin más opciones.
La película en cuestión se presenta, entonces, como la versión cómic/vintange del debate seminal entre el hippie Rousseau, para quien los humanos somos unos seres naturalmente buenos que terminaron perturbados por la mano de un poder impuesto y del que es menester liberarse, y el facho Hobbes, quien, desde la otra vereda, nos ve como entes vivientes cuya debilidad e insignificancia nos hace esencialmente miserables y egoístas, implorando por la intervención de un Leviatán que nos conduzca por la senda de la virtud y evite que, cual lobos, nos comamos unos a otros. Esta discusión se da al fragor de una de las contradicciones más profundas que hacen a la condición humana, la capacidad de identificar –e incluso crear el bien y el mal–, en un escenario de incertidumbres en el que distinguir al héroe del villano se hace cada vez más difícil.
Personalmente me resisto a aceptar la idea de que nuestro rol en la vida sea la del Joker, pues la veo como una postura facilona que deriva la responsabilidad del bienestar propio hacia los demás o al Estado, sin siquiera considerar que es el individuo el primer responsable de pensar y hacer todo aquello que contribuya a la construcción de una vida satisfactoria, sin que ello implique alejar del todo la dimensión de lo colectivo y el importante papel que juega el administrador del bien común, el gobernante, cuya necesaria presencia determina un marco de relaciones de poder que en ocasiones suelen tornarse excesivamente asimétricas o desequilibradas, generando situaciones de excepción en las que la rebelión y los revoltosos jokers, esos entrañables buenos malos, se harán momentáneamente necesarios.
Finalmente, para cerrar la historia, pude al fin sentarme en una de las butacas del único cine de mi cada vez menos culta ciudad, para verificar, con satisfacción que mis ambiciosas expectativas habían sido satisfechas casi en su integridad, la película es, sin duda, excelente, confirmando, además, algunas de mis osadas hipótesis. Más allá de las disquisiciones, mi esposa y yo disfrutamos de una de las más comentadas piezas de cine de los últimos tiempos, a la que muchos, entre ellos el propio Moore, catalogaron como un producto cultural de alto valor artístico y fuerte contenido filosófico...
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