EL RETORNO DEL INDIVIDUO

Publicado en Los Tiempos el 06/06/2019

“Los pueblos tienen los gobernantes que se merecen”, y es verdad. Pero tampoco es menos cierto que los pueblos están compuestos por sujetos y son éstos los que, en su individualidad, imbuidos de la capacidad de raciocinio que les es inherente, se hacen de un conjunto de derechos y obligaciones, además de una cuota variable de poder, influencia y decisión que, más allá del grupo o segmento al que se adscriban, se mantienen por lo general incólumes y resultan ser concluyentes a la hora de determinar las inclinaciones políticas.

Los debates públicos se dan primero entre sujetos, pese a quien le pese, y son estos los que tienen la posibilidad de empoderarse e influir, desde su fuero interno, en las decisiones y la acción colectivas exteriorizando sus preferencias y anhelos mediante diferentes mecanismos, siendo el del voto quizás el más importante. Por lo tanto, sí, es verdad, los pueblos tienen evidentemente los gobernantes que se merecen, pero esto no sucede por magia o casualidad, todo se origina en un libre albedrío individual que se exterioriza en un determinado momento, a veces de forma irracional y apresurada, sin considerar que los efectos de esa decisión afectarán a un número indeterminado de personas y por un lapso de tiempo que puede extenderse incluso más allá de lo expectable.

Sin embargo, tal afirmación merece también ser relativizada, como todo en este mundo de grises, pues es evidente que en una gran parte de los procesos decisionales si suele prevalecer la identidad de grupo, de lo colectivo –llámese conciencia de clase, clan o etnia– con más frecuencia en las formas organizativas de base, mayormente rurales y de áreas periurbanas o de transición (ethos predominante). Pero en escenarios de mayor amplitud, que involucran a grupos humanos de dimensiones considerables, un país, por ejemplo, se retoma, por necesidad y viabilidad técnica, la democracia liberal basada en la idea de “un ciudadano un voto”, reubicando al sujeto/individuo nuevamente en el centro de la decisión, re-empoderándolo, así sea coyunturalmente, en el siempre complejo juego del poder.

Todo esto se ve hoy enormemente facilitado por las tecnologías basadas en la Internet que, superando parcialmente de los límites de tiempo y espacio, sientan las bases para nuevas formas de conectar, de priorizar y agendar temas de establecer redes reales y virtuales a la vez, espacios en los que los individuos pueden explorar vidas paralelas y generar mecanismos de agregación de ideas, demandas y preferencias fuera de cualquier estructura de intermediación política tradicional (demos predominante). Sobre este punto sugiero leer El ciber ‘demos’.

Sin embargo, esta oportunidad ciudadana de recuperar el poder perdido, no adquiere la relevancia que debería, dejándose vencer por ciertas tendencias empecinadas en diluir todo atisbo de responsabilidad individual en el bien común, ahogándolas en diferentes formas de agregación colectiva, desde las más básicas (familia, clan, tribu, barrio) hasta las más amplias, configuradas generalmente bajo la forma de movimientos de orden global (medioambiente, género, etc.), pasando, claro, por niveles de agregación más locales (partido, región/nación, barrio, etc.), lo que termina por generar sujetos/grupo, tan perezosos y timoratos como incapaces de adoptar  sus propias decisiones y apropiarse de las consecuencias, buenas y malas, de los actos.

De ahí el fácil expediente de sacrificar una buena parte de su libertad individual para despersonalizarse en dogmas y slogans, siempre pensados por los dirigentes del grupo, de arriba hacia abajo, todo a cambio de la comodidad de la “tribu” y la tibieza de un anonimato muy cercano a la apatía mental y la mediocridad.

Se trata de una suerte de tribalismo que, bajo pretensiones de modernidad, sirve muy eficientemente para que sus acólitos socapen y justifiquen su propia desidia, presionando y saturando con demandas a un sistema al que dicen odiar y del que obtienen, paradójicamente, enormes ventajas. Reivindican su derecho a “ser felices”, muchas veces sin haber hecho nada para merecerlo, sin entender que el “vivir bien” hay que ganárselo palmo a palmo y que el ser parte de una organización social, logia, partido o comparsa, no constituye mérito alguno y menos condición que, per se, otorgue privilegios a nadie.

Para terminar, nada mejor que volver al principio, pues aunque concluyamos que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece, seremos finalmente nosotros, los individuos, los encargados de determinar, sin egoísmos, el futuro. Todo proceso decisional, electoral o no, nos brinda la oportunidad de resolver como ciudadanos plenos y no como militantes, comunarios, cófrades o cortesanos, pseudo-individuos impersonalizados, diluidos en la masa.

Iván Arandia es Licenciado en Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, Máster en Ciencia Política, Magíster en Administración de Justicia y Doctor en Gobierno y Administración Pública.

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