ELECCIONES “TRANSICIONALES”
En
agosto de 2019, escribí en este mismo medio la columna denominada
"Toxicidad electoral", en la que intenté visibilizar las condiciones
especiales con las que la gente asistiría a los comicios de octubre de ese año.
Un mes después, se publicó otra bajo el título "Todos mienten... incluso
en las encuestas", recalcando, nuevamente, que los elementos
distorsionadores que invadían dicho proceso eleccionario restarían precisión a
los instrumentos tradicionales de medición de las percepciones y preferencias,
en directa alusión a las encuestas y sondeos de opinión.
El
tiempo me dio la razón, aunque parcialmente, pues si bien el MAS ganó las
malogradas elecciones, como evidentemente predijeron las encuestas, lo hizo con
enormes dudas de fraude y, además, con porcentajes muy alejados de los que en
su momento se manejaban, hecho que se evidenció con mayor intensidad en los
casos de Comunidad Ciudadana, que obtuvo mucho más de lo que se preveía, de la
alianza Bolivia dijo No, que obtuvo muchísimo menos de lo inicialmente
vaticinado, todo a consecuencia del llamado “voto útil” y de Chi, que se erigió
como la sorpresa.
Ahora
el panorama ha cambiado, cierto, pero no tanto como algunos creen, ya que gran
parte de los factores a los que en su momento hice referencia están aún muy
presentes, añadiéndose además uno nuevo, quizás más intenso y abarcador que los
demás, con el potencial suficiente para definir cursos de acción y
acontecimientos, hablo del carácter transicional del momento histórico por el
que atraviesa el país, afectando por supuesto al gobierno actual y, como no, a
los comicios en ciernes, un hecho tan visible como poco atendido, confirmando
la sorprendente tendencia boliviana a la negación de lo evidente.
Los
procesos de transición política permiten que un determinado grupo o colectivo
social pase, no sin conflictos y rupturas, de un estado de déficit democrático
a otro distinto, del que se espera un mayor nivel de calidad democrática. Y
aunque es cierto que nuestro más reciente cambio de gobierno no alcanzó los
ribetes trágicos que suelen presentarse en este tipo de situaciones, tampoco
estuvo exento de traumas para el tejido social, con reavivamiento de viejos
clivajes que se creían superados y cotas variables de violencia, tanto
implícita como explícita, además de luto.
Esto
da origen, como es lógico, a unas elecciones a desarrollarse en un ambiente
bastante enrarecido, con todos los factores positivos y negativos propios de un
estado de post-crisis, principalmente el miedo, la desconfianza y el
desconcierto, pero también la esperanza y la fe de un pueblo en una
institucionalidad que se empeña en defraudarlo, una explosiva mezcla de
emotividades que impide a la gente, al menos por ahora, expresarse con libertad
o emitir criterios con suficiente lucidez. A esto se suma la crispación
emergente al interior de los diferentes grupos o colectivos, que intensifican
sus medidas de control interno, marcando con ello una tendencia inicial a la
cautela y el atrincheramiento, algo que se suele confundir con la idea de un
“voto duro”, pero que no es más que lo mencionado, un fenómeno inicial que irá
mutando con intensidades variables conforme la serenidad y el pragmatismo
retomen protagonismo conforme la campaña madure.
En
tales condiciones, tomar unas encuestas de medición electoral tan anteladas
como base cierta de aproximación a la realidad electoral, así sea solo del
momento, sería volver a incurrir en el mismo error que cometieron muchos
comentaristas en las elecciones de octubre pasado, dado que la gente carece en
estas circunstancias de la información necesaria para decidir y menos de los
incentivos mínimos para responder con honestidad y convicción. Y no se me
malinterprete, pues creo, coincidiendo con el pelado Valverde, que es mejor
tener encuestas a no tenerlas, ya que éstas permiten abrir temas al debate público
y politizar a una población que deberá participar de un proceso que es
esencialmente político. Más allá de ello, es de reconocer que estos sondeos
irán adquiriendo precisión conforme se aproxime el momento del sufragio.
En
conclusión, como ya antes lo había expresado, en las especiales condiciones de
nuestra coyuntura electoral actual, tanto las encuestas como cualquier otro
intento explicativo que en situaciones de normalidad operarían con bastante
precisión, demuestran más bien falencias, funcionando en unos casos como una
interesante pero inexacta aproximación a la realidad electoral del momento y,
en otros, como un vano intento de "hundir la moral de adversario" y/o
direccionar preferencias, construyendo imaginarios aparentes, razones por demás
suficientes para tomarlas con la cautela debida, pues el ciudadano, aún
desconfiado y temeroso, se definirá al filo y en secreto, producto de las dudas
y miedos inherentes a un proceso eleccionario que, como el anterior, resulta
ser altamente tóxico.
Iván
Arandia es Doctor en Gobierno y Administración Pública
Publicado
en Los tiempos el 27/02/2020
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