OPORTUNISMO IDEOLÓGICO
Iván Arandia |
“En tiempos tan oscuros nacen falsos profetas”,
frase de Joaquín Sabina que, bien entendida, definiría muy apropiadamente la
batalla cultural que se desarrolla en el marco de la situación sanitaria
actual, una sutil guerra de posiciones ideológicas que invade los medios y las
redes, en la que el ejército de los doce monos, sí, el del célebre filme de
1996 que lleva el mismo nombre (ver: Doce
Monos), pretende irrumpir para enfrascarse en una épica cruzada,
esta vez en el plano del pensamiento, a fin de posicionar un discurso
apocalíptico que asume el desastre como un eficiente catalizador de cambios,
definidos –y este es el punto neurálgico– de acuerdo a unos intereses
concretos.
La peste determina,
entre otras cosas, un escenario perfecto para introducir elementos transformadores
de gran agudeza, pues es en periodos de crisis profunda, con riesgo civilizatorio,
cuando personas y colectivos se hiper-sensibilizan a estímulos de distinto tipo,
desde aquellos que promueven la paz, la unidad y la solidaridad, hasta los que
ahondan quiebres sociales pre-existentes, añadiéndoles otros especialmente
disruptivos, producto del miedo colectivo.
En este
floreciente mercado global de ideas, ninguna de ellas inocente, se estructuran al
menos tres grandes líneas discursivas: i) Los neo-renacentistas, radicales que sostienen
el advenimiento de un nuevo orden mundial, el renacer de la humanidad que
podría producirse en distintas direcciones, desde Zizek que proyecta el fin del
sistema capitalista y el inicio de un mundo esta vez regido por una suerte de
comunismo mundial, similar aunque no igual a la idea de un constitucionalismo global
que hermanaría al planeta (Ferrajoli, entre otros), pasando por ciertas
corrientes neohippies que propugnan un retorno al estado de naturaleza, hacia
una comunión con el universo; ii) Los neo-feudales, también radicales que se
inclinan hacia la vereda contraria, el fin de la globalización a partir del
resurgimiento de los nacionalismos de cierre de fronteras, reforzando los muros
de la aldea para cortar paso a la infinidad de peligros que se ciernen desde el exterior,
esta vez en forma ponzoñosas moléculas; y, finalmente, iii) Los escépticos, que
admiten cambios pero no tan extremos, entre ellos, el coreano Byung-Chul Han,
el israelí Noah Harari y el boliviano HCF Mansilla, para quienes el pandemia
será finalmente controlada, con mayores o menores daños, y las nuevas
necesidades y desfases mundiales resultantes serán exitosamente reconducidos
por medio de los avances tecnológicos, no sin cambios en los patrones de
consumo; aunque ambos advierten el riesgo de expansión del autoritarismo
tecnocrático, modelo que China exporta como el más eficiente.
Esta disputa de escala
planetaria repercute, como es lógico, en el nivel local, aunque en nuestro país
con unos niveles de pragmatismo político que preocupan, hasta cierto punto
comprensibles si consideramos la interrupción viral del proceso de reconstitución
de nuestro sistema político, por lo que las intestinas luchas por el poder
doméstico quedaron un tanto latentes, reflotando a momentos con intensidades
variables, lo que nos deja en un estado de alta vulnerabilidad frente discursos
de matiz ideológico, cuya vocación movilizadora se multiplica en situaciones
de nerviosismo social, pues “[…] contribuyen a sostener, reestructurar,
desafiar o transformar relaciones de poder” (Ariño, 1997), como si de echar leña al
fuego se tratare, en una situación de suyo explosiva.
Reflexionar
sobre posibles escenarios de futuro y perfilar cursos de acción para el día
después es imprescindible, por supuesto que sí, más en situaciones de encierro cuando
los procesos de auto-evaluación y catarsis colectiva se hacen especialmente prolíficos,
pero no es menos cierto que la coyuntura merece y exige de una dosis especial de cautela.
En este orden de ideas,
quienes pretendan cambios políticos estructurales –a veces disfrazados de planteamientos
populistas–, tan inflamables como disruptivos, justo en medio de una crisis
sanitaria de semejante envergadura, incurren en un acto francamente inmoral,
pues optan por introducir elementos desestabilizadores en el sistema solo para
acelerar procesos desintegrativos, una salida por el desastre. Quizás estos
revolucionarios de río revuelto creen, en su delirio de poder, que las víctimas
del virus podrían ser los "muertos necesarios" para justificar la
toma del aparato estatal y la concreción de su proyecto de Estado y sociedad. Esto
podría ser parte de la legítima pugna por el acceso a los recursos de dominio,
cierto, pero en las condiciones actuales resulta muy inoportuno, inaceptable,
me atrevería a señalar, pues arriesga valores mucho más elevados, como la salud y la
vida.
Aprendamos a
identificarlos, incluso comprenderlos, pero no escucharlos, no discutir
con ellos ni darles palestra, peor amplificar sus slogans en las redes, hay que
cerrarle puertas al oportunismo de naufragio, ya que es momento de cuidar la
salud y la vida de todos, sin distraernos, al menos por ahora, en
subjetividades ideológicas e intereses sectarios. Ya habrá tiempo para todo eso,
si todo sale bien…
Iván Arandia es Doctor en Gobierno y Administración Pública
Publicado en Correo del Sur el 10/04/2020 :
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