ENSEÑAR "DE LEJOS"
Iván Arandia |
El concepto central es ese, “educación a
distancia”, una forma de facilitar el aprendizaje descartando la
presencialidad, esto es, la coincidencia en tiempo y espacio de profesores y
alumnos, y que puede ser ejecutado de formas diferentes, desde los medios más
tradicionales como el correo postal para el envío de materiales impresos y
grabaciones, hasta las tecnologías de punta basadas en la internet, pasando,
claro, por la televisión, la radio o el teléfono.
Las circunstancias sanitarias actuales han puesto el tema en la agenda pública –y esta vez parece que la cosa va en
serio–, develando una serie de intereses, prejuicios y mitos que impiden una
cabal comprensión del fenómeno y las posibilidades reales para su aplicación,
principalmente en la educación superior que es la que más conozco. Pasemos a
desglosar, muy superficialmente aún, algunos de ellos:
a. Conectividad
(Mito 1). Si lo que se pretende es una
salida cómoda para el docente, basta con mantener la misma lógica de clase
presencial solo que esta vez mediante videoconferencias, para lo que el alumno
precisará de una conexión a internet de banda suficiente y una buena cantidad
de megas, lo que en las condiciones actuales, puede apartar del proceso a una
gran parte del estudiantado, muchos de ellos del área rural y economía magra. La alternativa
descrita en el siguiente punto, si bien más trabajosa para el profesor, se erige
como la opción posible, pero precisa del re-diseño de contenidos y
metodologías.
b. Sofisticación
tecnológica (Mito 2). Se cree que la educación a distancia debe, para ser de
calidad, sustentarse en tecnología de punta, mejor si es costosa. Nada más
alejado de la realidad, la tecnología es solo un mecanismo auxiliar y que se
debe adecuar a las características de lo que se pretende enseñar y a las
circunstancias del entorno, que en nuestro caso, linda en la pobreza. Así,
pretender elaborar materiales en realidad virtual o seguir impartiendo
exactamente las mismas clases presenciales pero esta vez mediante
videoconferencias, quizás no sea lo óptimo para un país en el que
los estudiantes no se encuentran permanentemente conectados a la red con un
ancho de banda suficiente y con el crédito de navegación suficiente. Sería más
adecuado a nuestra realidad el maximizar el uso de los medios tradicionales,
una simple presentación en Power Point que ahora nos ofrece maravillosos
recursos para re-diseñar contenidos y, a partir de ello, elaborar una serie de
videos didácticos con la participación activa del profesor, los que pueden ser
distribuidos gratuitamente en un CD a los cursantes o ser colgados en el aula
para ser reproducidos en streaming las veces que se juzgue necesario o, mejor,
ser descargados al disco duro receptor, junto con los demás materiales de
apoyo. Los medios síncronos (chats o videoconferencias) se dejarán solo para la
discusión y el debate formativos en momentos clave y con grupos reducidos.
c. Factores
culturales (Mito 3). Algunos atribuyen a nuestra idiosincrasia la imposibilidad
de ingresar a formas distintas de enseñar y aprender, como si identidad
cultural y tecnología fueran dos aspectos antitéticos, irreconciliables.
Absurdo desde todo punto de vista, peor tratándose de jóvenes, quienes pese a
nuestro rezago técnico general, cuentan ya con las destrezas suficientes para
desenvolverse apropiadamente en un ambiente educativo basado en las tecnologías
de la información y comunicaciones en red. La brecha tecnológica existe pero no es
tan ancha como para impedirles gozar de procedimientos de aprendizaje más
abiertos y acordes con las tendencias mundiales (ver: Cibersociedad).
d. Baja calidad
(Mito 4). Así como una experiencia educativa presencial puede ser pésima
(ejemplos huelgan) una experiencia a distancia, puede también serlo, todo
dependerá de la pertinencia del diseño pedagógico, la solidez de la
plataforma, la calidad de los contenidos y la facilitación. Por
consiguiente, pretender deslegitimar un instrumento solo por la impericia de
quien lo maneja resulta ser bastante arbitrario.
e. Teoría y
práctica (Mito 5). Sí, una forma de aprender es a partir de la práctica, pero
demostrar la existencia de unos hechos o fenómenos no necesariamente pasa por
reproducirlos físicamente. Me explico: a) Si quiero enseñar que el fuego quema
a partir de lo que pasa en la práctica, no es necesario hacer que el alumno
meta el dedo en la flama de la vela y se escalde, bastará con mostrarle videos
o fotografías que revelen gráficamente el efecto del calor extremo en la piel
humana o en objetos de distinto tipo; o b) Si quiero enseñar a operar una
sierra mecánica, un tractor o un dron, sería probablemente más útil recurrir
previamente a medios audiovisuales donde se describa en detalle y paso a paso
el procedimiento de manejo, ello permitiría reducir al máximo los momentos de presencialidad para la práctica material que deba ser necesariamente física, lo mismo para
los exámenes y evaluaciones. Y no olvidemos que también se puede aprender a
partir de la teoría, pues el pensamiento abstracto es lo que nos distingue de las bestias, para luego recién aterrizar en la práctica, todo depende del
diseño pedagógico.
f. Temores
gremiales (Mito 6). Se suele pensar que este tipo de soluciones educativas
desplazarían la labor docente, arriesgando su estabilidad laboral. Otro
prejuicio sin fundamento, pues quien haya facilitado procesos educativos
virtuales con un cierto nivel de calidad, sabe bien que el esfuerzo docente en
estas experiencias es mucho mayor. Baste imaginar la agotadora tarea de dar respuesta personalizada a cien alumnos en un foro de discusión en plataforma. Y eso debe ser correctamente entendido por
las autoridades universitarias, pues un profesor no puede hacerse cargo de
grupos grandes de educandos sin arriesgar la calidad y sin caer en un cierto
grado de explotación laboral.
Iván Arandia es Doctor en Gobierno y Administración Pública
Publicado en Correo del Sur el 24/04/2019:
https://correodelsur.com/opinion/20200424_ensenar-de-lejos.html
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