LA REPÚBLICA “GRUYÈR”
Iván Arandia |
Esta
forma de ver el mundo y actuar en consecuencia, expandió al racionalismo como
sostén cognitivo de las llamadas revoluciones liberales, con epicentro en la
francesa, proclamando ya desde el Renacimiento, al humano como actor central de
su destino y asumiendo al conocimiento que éste genere –a partir de la ciencia–
como el motor de cambio [simiente del moderno constructivismo político].
Estas
ideas llegaron a nuestro continente de la mano de las guerras libertarias, con
notable éxito en las colonias del Norte, pero no así en las del Sur, en las que
el proceso de transferencia fue, por diferentes razones, muy parcial,
quedándose solo en la proclama de libertad e independencia, al margen de los
restantes elementos que sostuvieron los sucesos ideológicos, sociales y
políticos asociados a las revoluciones inglesa y francesa, entre ellas, el
cuestionamiento a la hegemonía de la iglesia católica, a lo que se sumó la
ausencia de un fenómeno que pudiera asemejarse siquiera a la revolución
industrial europea [que en realidad fue muy débil incluso en la propia
metrópoli española]. En ese orden de ideas, las reacciones conservadoras y los
movimientos restauradores [anti-ilustración], que en Europa fueron relevantes,
apenas tuvieron eco en estas latitudes, pues no había mucho que restaurar
considerando que, una vez rotas las cadenas españolas, las élites criollas de
por entonces optaron por reacomodarse en las mismas viejas prácticas
coloniales, agravada además por la exclusión de enormes bolsones poblacionales
de esa ya de por si enclenque modernidad que apenas asomaba cabeza, nos
referimos al mundo indígena, lo que tuvo y tiene repercusiones en la forma en
la que hoy se concibe al Estado y la política en nuestro país.
De
esta forma, las ideas de la ilustración –liberalismo y el racionalismo–,
influyeron muy poco en las nacientes repúblicas, al menos en sus primeras
décadas, lo que tuvo como resultado que, hasta el día de hoy, tengamos un muy
incipiente desarrollo de las ciencias y un déficit democrático patente, ya que
la idea liberal de ‘un ciudadano un voto’, fue y es relegada a un manifestación
puramente formal en el acto de sufragio, pues dada su raigambre individual,
choca frontalmente con las formas colectivistas indígenas y no indígenas,
sindicales o no, heredadas desde siempre y que al final priman en las
decisiones, un colectivismo identitario de carácter sectario, bastante alejado,
por cierto, de un pensamiento propiamente patriótico o nacionalista que
sobreponga la idea del “todos” por encima de los intereses de tropas, recuas y
piaras, salvo momentos de casual coincidencia entre intereses intergrupales,
frecuentemente confundidos con la tan anhelada unidad.
Tres
fueron los intentos, digamos de buena fe, que desde la política y bajo enfoques
diversos pretendieron durante las últimas décadas superar este estadio de
desintegración y anomia social, a saber, la Revolución del 52, el mal llamado
periodo neoliberal y la idea de la Revolución Democrática y Cultural
preconizada durante los últimos 14 años por el gobierno del MAS. Todos, por
distintos motivos, fracasados.
Esto
nos deja con un enorme hueco histórico, un vacío del alma que si bien no pudo
hasta ahora se llenado, encuentra una nueva oportunidad para completarse a
partir de la emergente liberalización tecnológica de las relaciones humanas, un
fenómeno global que más allá de las ideologías, permite quemar etapas y rellenar espacios aceleradamente, una forma
de ver y vivir un mundo bipolar, concreto y virtual a la vez, tan natural para
los jóvenes como invivible para los viejos, quienes aún nos negamos a la idea
de partir y entregar la posta, escarbando contradicciones, tanto reales como
inventadas, solo para sobrevivir. Es necesario dejar de mirar hacia atrás, a lo
atávicos arcaísmos, a esa supuesta identidad perdida, artificiosamente añorada
y grotescamente reconstruida, para mirarnos aquí y ahora, como hoy somos, para
construir futuros sin replicar pasados, así sea maquillados bajo un barniz de
falsa modernidad.
Es
el tiempo de los chicos y sus artefactos tecnológicos, dejemos que ellos
construyan y vivan su propia y aceleradísima “ilustración”, esa gran ausente en
la vida de los bolivianos del pasado, exhortémosles a que construyan su
racionalismo libertario, así sea en clave cibernética, hipnotizados por el
brillo de sus smartphones y diluidos en este mundo de bits, cual hologramas
anclados en la “nube”. Dejémosles ser como mejor quieran, puedan y se sientan,
que buenos ejemplos no hemos sido para andar de entrometidos. Quizás ésta sea
la única alternativa posible para dejar de ser una república (ver: Plurinación
o república) llena de orificios históricos, –de ahí la alegoría a los célebres
huecos del famoso queso suizo denominado ‘Gruyèr’– para intentar integrarnos,
así sea como polizones, a este moderno sistema mundo que ya coquetea con el espacio sideral, la ingeniería genética y la inteligencia artificial.
Iván
Arandia es Doctor en Gobierno y Administración Pública
Publicado
en Página Siete el 14/03/2020:
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