CENTRO

Iván Arandia
Tibio, amarillo, indefinido, gatopardo y un largo etc., son solo algunos de los adjetivos más comúnmente utilizados para referirse a ese extraño sujeto que se ubica en una de las posiciones más difíciles en política: el centro. Y es que posicionarse en el punto equidistante entre dos extremos, por lo general violentos, suele representar, sobre todo en situaciones de crispación generalizada, una suerte de suicidio, sea por presión o por aislamiento.

Es una forma de ver el mundo que, contrariamente a lo que muchos piensan, implica serios conflictos y eleva el grado de complejidad ética y exigencia intelectiva en los procesos de elección de entre las múltiples opciones que emergen de ese amplio espectro de grises que definen la realidad política actual. Esto supera el simplismo dicotómico que predomina en quienes se rigen por las reglas del mínimo esfuerzo y el transitorio confort, esos que discurren cómodos bajo esquemas estructurados y carreteras de una sola vía, logrando extraer de ello algo de engañosa claridad y aparente certidumbre, todo a costa de su libertad y la atrofia de su capacidad crítica, siendo por ello proclives a adoptar marcos discursivos de base dogmática, comúnmente llamados “ideología”, que limitan su universo de acción y restringen sus opciones a un abanico de posibilidades prefabricadas.

Este fenómeno encuentra un espacio de desarrollo especialmente rico en el campo político, más en una coyuntura marcada por la bifurcación –derecha versus izquierda o conservadores versus progresistas, en resumen, malos/buenos contra buenos/malos, Ud. elija el orden–, constriñendo aún más ese pequeño espacio que en esta circunstancias se deja para la moderación y la mesura, obligando a la gente, aturdida ante un mundo repleto de opacidades y realidades paralelas, a buscar desesperadamente “certezas”, vendiéndoles una ficción simplificadora de las cosas, volver a la sencillez de la vieja aldea/nación y al buen “estado de naturaleza”, situación en la que pululan planteamientos de lo más disímiles, pero con un común denominador, una promesa cuasi religiosa de redención, la posibilidad de un paraíso en la tierra, un edén arrebatado que solo será recuperable no en base al trabajo o la superación personal –eso es para ellos estructuralmente imposible– sino derrotando “enemigos”, siempre al compás de una determinada doctrina, glorificada además por un caudillo mesiánico concentrado en acentuar clivajes y generar hostilidades, en pos de normalizar la paranoia y acentuar, a partir de ello, los miedos que desde siempre pululan en las sociedades. Sin todo esto, este tipo de proyectos tiende simplemente a extinguirse, generalmente por implosión. Bien decía Sabina: “(…) en tiempos tan oscuros nacen falsos profetas”.

Este hecho, en apariencia negativo, puede en las dosis adecuadas y bajo un cierto grado de control, adquirir un valor reconstitutivo importante, como bien se explica desde la dialéctica hegeliana al establecer que el motor del desarrollo histórico radica en la lucha de contrarios, es decir, el cuestionamiento a las bases esenciales de un “estado de cosas” (tesis) por otro con pretensiones de sustitución (antítesis), y que en situaciones óptimas debería generar no la hegemonía del uno sobre el otro, sino una alternativa diferente que condense lo mejor de ambos (síntesis), extrayendo, por deconstrucción, no destrucción, lo que fuere rescatable de ambas para recomponer un nuevo statu quo, una nueva centralidad.

Pero ello no puede suceder por defecto, no es solo una consecuencia forzosa de la acumulación de ciertas condiciones, pues precisa de una fuerza motora de carne y pensamiento, una masa crítica de prudentes “centristas”, equidistante de los extremos y con la capacidad suficiente para sostener académica, técnica y políticamente el fiel de la balanza, con los riesgos inherentes, proclamando la necesidad de “un justo medio” –rescato aquí a Aristóteles– que permita la estabilización del sistema, así sea de forma temporal, en pos de brindar a sujetos y comunidades un ambiente de seguridad propicio para el desglose de todas sus potencialidades creativas. Nada bueno prospera en situaciones de tensión permanente.

Iván Arandia es Doctor en Gobierno y Administración Pública

Publicado en Los Tiempos el 01/06/2018:

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